Uno de los efectos secundarios de que el videojuego sea ya la mayor industria mundial del ocio con permiso de la pornografía, es que proliferan los estudios sociológicos que básicamente pretenden mostrar a los consumidores de consolas como dementes zombies que blanden katanas por las calles. Sin embargo, existen también algunas reflexiones sociológicas acerca del cambio de rol vital y económico del usuario medio, cuya edad ronda los 38 años. Resulta que este “consumidor prototipo” que contribuye de manera firme al sostenimiento de la industria no es ya un adolescente hormonado sino un padre de familia atado a una empresa (en el mejor de los casos, y hoy día quizá ya de forma excepcional con tanta crisis) cuyo tiempo libre disponible empieza a tender dramáticamente a cero.
El verano se revela para los padres de familia con niños pequeños como un espacio de ocio extra donde poder arrancar momentos furtivos que dedicar a ese videojuego que se quedó en una estantería sin abrir (algo que por cierto va sucediendo cada vez con más frecuencia). De forma paradójica, esta ausencia de tiempo, los breves lapsos de tiempo recuperados entre pañales, biberones y papillas, propician una vuelta a los orígenes del videojuego. El arcade clásico (que es como decir “el videojuego clásico”) está asociado no sólo a una voluntad de entretener sino a una operación comercial del pasado: sacarnos los cuartos en un salón recreativo. En estos días en los que un emulador ya no requiere introducir moneditas y existen tantos recopilatorios comerciales, la perversión inicial de querer arruinarnos se transforma en la virtud más apreciable cuando el tiempo libre es un lujo: la diversión intensa y fugaz, la partida breve, la esencia del videojuego condensada en un “Insert Coin” ya ficticio.
Y este verano precisamente apuesto por buscar aquella fórmula que mejor se adapte a esa búsqueda del rinconcito propio mientras los niños corretean haciendo lo posible por romperse la crisma. La consola portátil adquiere todo su significado, porque ya no es sólo el sibaritismo de llevarse la filosofía de sobremesa a cualquier lugar, sino que pone a tu alcance esa fórmula mágica del videojuego que sentó sus cimientos y que permite rescatar lo más clásico de su historia. Por supuesto que es apreciable desempolvar la PSP y revisitar el Final Fantasy VII al sol de Torremolinos, pero ¿qué sentido tiene luchar contra los elementos externos, bebés que se arrojan a piscinas sin protección, niños que eyectan sombrillas a la piscina comunitaria, y llorar la muerte de Aeris en lapsos de cinco minutos espaciados por berrinches y visitas hospitalarias? Os propongo por ello rescatar una vieja portátil que es el paradigma de la comodidad y el diseño: la Gameboy Micro.
Cierto es que hace falta una visión no excesivamente castigada para apreciar su pequeña pantalla tan bien iluminada (de hecho, al nivel de una DS Lite) pero su control es más que excelente y no es tan cierto ese mito de que no se adapta bien a manos grandes. Su cruceta es lo más fiable que ha parido Nintendo y se convierte en un verdadero placer poder toquetearla en cualquier momento. La Gameboy Advance nos ha proporcionado, además de ports míticos de SNES, varios recopilatorios ideales para aplicar la doctrina de robar tiempo al tiempo y poder degustar el videojuego más clásico en efímeros e intensos sorbos. Supongo que todos recordaréis las máquinas clásicas Game and Watch, esos aparatitos portátiles LCD cuyo espíritu era el de llevar nuestra habilidad progresivamente al límite hasta buscar nuestro fallo final. Game & Watch Gallery Advance es no sólo el mejor recopilatorio de máquinas G&W emuladas sino que además es el que mejor reproduce (visual y jugablemente) las mecánicas de los aparatos reales, más allá incluso de las recientes Multiscreen que han llegado a la Nintendo DS. Se aprecia el rigor: la reproducción es perfecta y la fidelidad al original (os lo digo por mi experiencia de primera mano) es total. Además contamos con la posibilidad de desbloquear progresivamente nuevas máquinas hasta llegar a un número muy apreciable de ellas. Por supuesto es inevitable contar con “versiones actualizadas” que directamente pueden sodomizar el recuerdo imborrable de tu G&W favorita colándonos a Mario por doquier, pero bastará con pasar de puntillas por esta opción.
Otra alternativa muy jugosa es hacernos con el Sega Arcade Gallery, una selección fantástica de cuatro recreativas imborrables: Out Run, Space Harrier, Afterburner y Hang On. La adaptación es brillante, y poder disfrutar de unos ports tan mimados es un lujo asiático nada desdeñable cuando estás sentado en una hamaca y tu mujer ha accedido a regañadientes a estar ella sola una horita con los niños. Escalados majestuosos de sprites con una suavidad inusual en la pequeña Gameboy Micro a la velocidad de Ferrari Testarossa mientras dejamos atrás el mundo de las toallitas perfumadas para el culete y los cubitos de Bob Esponja para la arena. Y por favor, no confundáis este imprescindible cartucho con el Sega Smash Pack, ni remotamente tan bueno.
Rebuscando en el pasado hay otra joya que no debéis dejar pasar: Konami Collector’s Series: Arcade Classics.Pone a nuestro alcance Rush’n Attack, Frogger, Gyruss, Time Pilot, Scramble, y Yie Ar Kung-Fu con conversiones que adaptan perfectamente sus respectivos formatos a la resolución de la Gameboy Advance y que en casos concretos como el del Rush´n Attack consiguen convertirse en perfectos ports de referencia para cualquiera que quiera disfrutar del juego en toda su gloria. El Scramble alcanza también la capacidad de retrotraernos a cualquier bar de los 80 sin necesidad de mover un músculo de donde quiera que hayamos conseguido encender la consola.
La siesta de los niños puede ser un excelente momento también para conectar el Activision Anthology, que mediante un depurado y muy agradable interface nos permite acceder a la mayor parte de los clásicos de la Atari 2600, con multitud de modos de juego y sorpresas desbloqueables. Adolece de una cierta lentitud en ocasiones, por lo que no dejaré de sugeriros que probéis el mismo título pero para la PSP, donde os toparéis con un menú algo más torpe pero la impagable presencia sonora de fondo de un montón de clásicos de los 80. Tumbados a la bartola mientras revivimos la sensación de conectar el Ice Hockey a la vez que suena en nuesta minicadena Amstrad un vinilo de Spandau Ballet a toda pastilla. Tremendamente retrogay.
Por último, podéis atreveros también a meter en la maleta el Atari Anniversary Advance, que además de regalarnos los ojos con el Battlezone, Centipede, Missile Command, Super Breakout, y el Tempest (lo cual ya de por sí debería convertirse en un SOLD), incluye una versión de Asteroids mostrando su belleza vectorial y convirtiéndose en un placer gracias al agradable control de la minúscula consolita de Nintendo. Quizá os pueda parecer una labor masoquista lidiar con esos pequeños asteroides bastardos en la pantalla de la Micro, pero os aseguro que el invento funciona excepcionalmente bien y a nivel visual el resultado es más que satisfactorio.
Nunca es mal consejo proponer una vuelta a aquello que hizo del videojuego lo que es hoy actualmente (caramba, no sé si esta afirmación es tan positiva) pero el regreso a las raíces jamás tuvo tanta sinergia con los tiempos que nos toca vivir, con los cambios de roles sociales y con las tristes apreturas de tiempo libre. Estas son probablemente las razones que explican por otro lado el tremendo auge de los juegos-aplicaciones para móviles, que se asocia (quizá sin justicia) a un empobrecimiento progresivo del sector. Resultan llamativas ciertas voces que aseguran desde Sony y Microsoft que confían en plantar cara a los juegos de móviles, asumiendo implícitamente la realidad de que la consola tradicional está en riesgo. Ante estas dudas puede aplicarse una buena medicina y es redirigir la mirada hacia atrás, y para ello cualquier excusa es buena. Incluso ser padre con hijos.
*Lagrimilla*
Muy bueno el articulo, como de costumbre.