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Nunca he entendido y nadie me ha explicado por qué en ocasiones es el aniversario del fallecimiento y otras del nacimiento lo que se festeja de un determinado personaje célebre. Ahí estamos cada año, alegrándonos de la muerte de Cervantes, Garcilaso y Shakespeare (y de este último aún tiene un pase, por la cercanía orientativa de la fecha de nacimiento); y luego llega diciembre y nos ponemos las botas en honor al nacimiento de un niño que ni siquiera escribió su propia biografía falsa.
Hoy es el 146 aniversario del nacimiento de H.G. Wells, y además es viernes y parece que no va a llover, así que el momento se me antoja apropiado para rendir a este padre de la ciencia ficción (que padece la desgracia de venir siempre mentado junto a Julio Verne y Hugo Gernsback —y lo mismo les sucede a ellos— en ese afán del ser humano por listar sus conocimientos) el tributo que se merece. Si la semana pasada nos centrábamos en un único elemento que definía de base el género de aventuras, en esta ocasión el repaso es a varios conceptos clave a los que los videojuegos, en su afán regurgitador y con ese especial gusto degenerado por la ciencia ficción, nos tienen ya bien acostumbrados.