Lo mejor y lo peor de 2012: las polémicas.

Menudo añito de polémicas infaustas y que no han llegado a ninguna parte. Sin embargo nosotros, fieles a nuestra tesis del «todo mal, y si puede ser, a peor», creemos que la situación ha sido, si cabe, más ridícula que el año pasado. Queremos decir: las polémicas son el termómetro de la porquería que tiene en la cabeza la gente, de cómo se le da importancia a cuestiones que no la tienen. Digamos: la conclusión de un juego, o la superficie políticamente correcta de una campaña publicitaria teledirigida, precisamente, para tocar las narices a la gente que cree en esa corrección política. Y si el año pasado hubo discusiones más o menos justificadas por culpa de los métodos maquiavélicos que las compañías usan para sajar el bolsillo del jugador (si, Diablo III, sí), o de la explotación que sufren algunos empleados del sector (como pasó cuando salieron a la luz las prácticas laborales del Team Bondhi), o de la escalofriante certeza de que nuestros datos están en manos de un puñado de inútiles (como sucedió por culpa del espectacular hackeo de PSN y la puesta en solfa de millones de tarjetas de crédito), este año hemos tenido a defensores del Bien desde el sillón de casa y mundos de fantasía vilmente traicionados. O sea, que vamos siempre a peor, a preocuparse de lo anecdótico, a polemizar con el chichinabismo. Veamos alguna de esas polémicas.

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Spike Video Game Awards 2012: los trailers

El sábado Adonías ya les habló un poco sobre la locura y borrachera de hype que supone la gala de Spike TV  que premia todos los años mediante votación popular a los que considera mejores videojuegos de la temporada. Junto con poderosísimas ferias internacionales como el E3, esta gala se ha terminado convirtiendo en el mayor escaparate que la industria posee para anunciar o enseñar la patita de sus futuros diplodocus. Es por ello que se da la misma importancia a las palmaditas en la espalda a los títulos más populares del año como a los tráiler publicitarios de los juegos por venir. Es posible que contado así no suene como el más excitante de los espectáculos: casi una decena de anuncios publicitarios que durante el 95% de su duración sólo muestran secuencias CGI o cinemáticas, dejando caer tan pocos detalles realmente significativos que es complicado predecir si alguno de los juegos será el siguiente Portal o una chufa más entre tantas. De todas maneras, siempre es un ejercicio interesante intentar leer entre líneas, detectar tendencias o adivinar de qué pie pueden cojear las grandes moles de la industria durante el próximo año. Al menos en Mondo Pixel es algo que nos gustaría hacer con los ocho vídeos presentados durante el pasado fin de semana.

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Desempaquetando mi WiiU. Una cuestión de militancia

Conozco bastante gente que, como yo, encargó una Wii para el día de lanzamiento. Siendo un sistema limitadito en lo técnico no le faltaba ambición: en algún momento de su desarrollo se llegó a llamar Revolution, y si más adelante le cambiaron el nombre solo sería porque pensaron que “revolución” se quedaba corto para definir la que se nos venía encima. Pese a la burla general en el mundillo, recuerdo la sequía de unidades tras el lanzamiento, esa temporada en que un nunchako plasticoso era un bien codiciado, los días en que adultos de bien quedaban en las casas para tumbar bolos virtuales o decorar avatares con mostachos de juguete. Y aunque seis años después alguno de mis amigos todavía la mantiene enchufada, es probable que yo sea la única persona que conozco que aún juega con ella de manera regular.

Ahora que toca cambio de ciclo, veo a Nintendo prometer el oro y el moro jugable casi en los mismos términos que en aquel entonces, y vuelvo a leer discusiones entre los opinadores de costumbre sobre si esta es otra más en la lista de jugadas desconcertantes con que la compañía pilla a los expertos (ellos) con el pie cambiado o el traspiés definitivo que la enterrará a la vera de Sega de una vez por todas. Yo, que no conozco a nadie en esta industria, miro a mi alrededor y veo que no está el horno para bollos, pero que muchos de mis amigos ahorran desde hace tiempo para comprar una tablet, y que otros tantos exigen (con golpe seco en la barra del bar) una nueva generación de consolas como si Sony y Microsoft se las escatimasen por una pura cuestión de mala fe.

Y, sin embargo, no parece que nadie en mi entorno, desde el jugador calloso hasta el casual que en su día compró WiiFit, tenga el menor interés por ver lo que pueda ofrecer WiiU.

¿Qué ha pasado aquí? ¿Es que no han salido juegos de Wii suficientemente satisfactorios? ¿ha quedado la marca sepultada bajo el peso de tanto simulador de hacer el ganso? ¿ha encontrado el público de los minijuegos fiesteros otro lugar donde le entiendan mejor o eso de impresionar a las visitas jugando al golf borracho con un palo de pvc será otra de esas modas que se va para nunca volver? (yo no la lloraré, desde luego) ¿Es que quizás la consola no ha sabido estar a la altura de su propio hype? Y en ese caso ¿alguna lo ha estado alguna vez?

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El amor de las máquinas

Hay ciertos títulos para los que parece no existir ni mesura ni contención, ya sea desde el punto de vista de la repercusión mediática y popular que conlleva la revelación de cualquier detalle nimio o contextual a propósito del lanzamiento de una nueva entrega –como explicaba, muy bien y con pasión, Herasmus días atrás– o aquellos otros cuya simple e inspirada naturaleza, sin necesidad de expansiones o de una dilatada consecución de entregas, han sido capaces de inspirar, motivar y entusiasmar hasta los límites de lo explosivo a una considerable mayoría de crítica y público. Tal es el caso del incontestable Portal.

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Cinco motivos por los que Marvel quiere un nuevo Spiderman y por qué los jugadores de videojuegos deberíamos alegrarnos.

Puede que a cincuenta años vista de éxito ininterrumpido, convertida en pieza clave de la cultura pop moderna y en engranaje estratégico de ese mastodonte corporativo que incluye ratones, teleñecos y ahora ewoks, cueste imaginar una época en la que Marvel fuera una empresa cutre con un único empleado en nómina, sin franquicias de peso ni más rumbo editorial que vampirizar descaradamente los éxitos de la competencia con la esperanza de mantener levantada la persiana al menos un día más. Pero esa Marvel existió, y fue en ella donde se gestaron Spiderman, Hulk o los X-Men.

Es cosa sabida que cuando Stan Lee (editor y guionista orquesta de la casa) concibió los Cuatro Fantásticos, lo hizo con un pie fuera del medio mientras planificaba su futuro laboral como escritor en Hollywood. La piedra inaugural del universo Marvel es fruto de su órdago final, un «para lo que me queda en el convento» en el que jugó con alegría todas aquellas cartas que de haber enfocado la serie desde una perspectiva comercial estarían todavía esperando al final del mazo por desquiciadas o directamente suicidas. Los Cuatro Fantásticos serán más una familia de aventureros malditos por sus habilidades que superhéroes al uso, Daredevil un atleta minusválido, el Capitán América el símbolo de un país que no se reconoce a sí mismo.

Lo que ya no te contarán en los correos de los lectores es que nadie en la empresa contaba con que semejante panteón de inadaptados pudiese prosperar, y que gran parte de ese caudal de locura y subversión se secó en el momento en que con el éxito de la línea pudo garantizarse unos canales de distribución propios (hasta bien mediados los sesenta, Marvel dependía de su competencia para llegar a los puntos de venta). Con la editorial cada vez más asentada en el mercado su universo seguía siendo dinámico e imprevisible, pero cada vez había menos espacio para las ideas extravagantes. Sin que las historias llegasen nunca a perder interés, por la pura fuerza de guión y dibujo, a los personajes bandera les limaban las aristas, poco a poco y cada uno a su manera. Hulk dejó de ser un monstruo egoísta para convertirse en un bonachón incomprendido; los Vengadores, de equipo a la fuerza en el que a nadie le apetecía realmente estar, pasó pronto a fuerza de choque casi-gubernamental con constantes choques y rencillas internas, pero también un evidente orgullo de cuerpo.

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No es necesario estar loco para leer este análisis (pero ayuda): por qué no me ha gustado Alice Madness Returns

Mira que ha tenido adaptaciones la Alicia de Lewis Carroll, de las buenas, de las peores y de las de querer abandonar toda forma de ocio cultural y retirarse a la montaña a meditar. Pero mientras que las malas lo son cada una a su manera, hay un rasgo que hermana las buenas entre sí y a estas con el original: tener meridianamente claro que una versión del clásico que quiera ser memorable no se conforma con poner a correr a la protagonista de escena en escena a través de un mundo más o menos desquiciado, más o menos inquietante. La adaptación que vaya a por todas, la que aspire a dejar cicatriz en quien llegue de nuevas y a ahondar en la herida de quienes ya conocemos el percal, necesita sobre todo ingeniárselas para enredar en el lenguaje del medio que la acoge, entenderlo no solo como el vehículo que contenga la historia sino como la razón de ser de todo lo que importa.

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El legado de H. G. Wells

Nunca he entendido y nadie me ha explicado por qué en ocasiones es el aniversario del fallecimiento y otras del nacimiento lo que se festeja de un determinado personaje célebre. Ahí estamos cada año, alegrándonos de la muerte de Cervantes, Garcilaso y Shakespeare (y de este último aún tiene un pase, por la cercanía orientativa de la fecha de nacimiento); y luego llega diciembre y nos ponemos las botas en honor al nacimiento de un niño que ni siquiera escribió su propia biografía falsa.

Hoy es el 146 aniversario del nacimiento de H.G. Wells, y además es viernes y parece que no va a llover, así que  el momento se me antoja apropiado para rendir a este padre de la ciencia ficción (que padece la desgracia de venir siempre mentado junto a Julio Verne y Hugo Gernsback —y lo mismo les sucede a ellos— en ese afán del ser humano por listar sus conocimientos) el tributo que se merece. Si la semana pasada nos centrábamos en un único elemento que definía de base el género de aventuras, en esta ocasión el repaso es a varios conceptos clave a los que los videojuegos, en su afán regurgitador y con ese especial gusto degenerado por la ciencia ficción, nos tienen ya bien acostumbrados.

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Cinco cosas que querría ver en God of War: Ascension

Más allá del teaser oficial, del que nadie en su sano juicio esperaría que enseñase más bien nada, parece como si los fans de God of War recibiéramos cada anuncio sobre el inminente Ascension con una mezcla de confianza y preocupación. Confianza porque se nos promete de nuevo el Kratos engorilado del que no parece que vayamos a cansarnos, y con él la seguridad de que la nueva entrega será el ejercicio de sadismo interactivo empaquetado en forma de diversión que uno espera cuando pasa por caja. Preocupación porque, aunque la serie nunca ha llegado a decepcionar realmente, los últimos títulos empiezan a ser indistinguibles unos de otros, y algo no se está haciendo de la manera correcta cuando un vídeo donde el protagonista mutila a un elefante antropomórfico abriéndolo en canal de trompa para abajo provoca cierta sensación de ya visto.

Entre esto, que la propia Sony Santa Monica parece algo desnortada con lo que la serie es y no es, y que el argumento vuelve una vez más sobre el pasado de Kratos como sicario de Ares (lo que haría de Ascension la cuarta precuela en una serie de siete juegos), hay razones para sospechar de la falta de dirección de la franquicia incluso después de un trailer que sobre el papel debería tener a la vieja guardia comiendo de la mano a dos carrillos. Como aquí en Mondo Píxel somos gente constructiva que además comulga con God of War como con todo producto que muestre calvos furiosos corriendo con cuchillos, me lío la manta a la cabeza y lanzo cinco ideas que creo ayudarían a reforzar la fe de un público aún bien dispuesto, pero que no quiere ver la serie convertida en otro producto derivativo en un medio saturado de franquicias venidas a menos. O dicho de otro modo: Sony, compraré la cuarta parte pese a que con GoW III y precuelas se me hiciera un poco de bola, pero ahora depende de ti que también quiera llevarme la quinta y las que vengan. Me cuesta creer que vaya a ser el único.

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Teorías frustradas. El inviable precio natural

Steam, ese lugar, comenzó y terminó respectivamente el 12 y 22 de este mismo mes su despliegue de ofertas veraniegas, a razón de bombazo diario con novedades y no tan novedades rebajadas hasta a un cuarto de su precio original. Podría haber sido un hecho relevante de por sí de no ser porque Steam está con ofertas todo el año, y también con mega-descuentos puntuales con agradable frecuencia. Es marketing, no me meto, está bien: la gente propaga esta concentración de precios irrisorios, esta excelente cápsula publicitaria, y la industria sale con sus tonterías habituales de las que también podría quejarse el resto del año. Todos contentos. El problema no está tanto en la industria, en el mayor o menor dinero que se lleve la desarrolladora/productora/distribuidora/tienda, sino en el propio jugador y en su manera de entender estas rebajas.

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Homenaje al corredor fantasma

Esa crítica de Project Zero II que ven a mi derecha y la que van a ver mañana a mi izquierda, son acerca de juegos en los que los fantasmas tienen un importante papel. Decidimos en uno de los habituales y envidiados brainstormings mondopixeleros que dedicaríamos la semana a fantasmas de toda clase y condición. Pero pronto empezamos a derivar hacia la aventura espiritista default y hacia la enésima reivindicación metafísica de Pac-Man, así que hemos decidido coger el toro pixelado por los cuernos y hablar un rato de ese fantasma al que nunca nadie hace caso, quizás por familiar y habitual. El fantasma de uno mismo. Los rivales fantasma en los juegos de carreras.

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