Un verano en «Mountain» (VI) – Estoy en una montaña. Tengo una montaña. Soy una montaña.

mymountain

Mountain
2014
Mac/PC (versión comentada)/Linux/iOS
David O’Reilly

No sé que es Mountain. Sé, eso sí, que no se trata de un juego. O al menos sé que apenas es un juego. Las opciones de control del menú de pausa rezan: RATÓN – NINGUNO. TECLADO – NINGUNO. El juego ocurre a pesar mío, sin que yo tenga que interactuar con él de ningún modo significativo. La suelo tener en el fondo del escritorio, enterrada debajo de varias ventanas. Cuando me acuerdo de ella la traigo al frente y la miro. Mirarla es lo único que puedo hacer. Miro cómo una enorme roca que gira por el vacío cósmico se cuestiona en voz alta su propia existencia, se lamenta de no poseer un conjunto de piedras con el encanto suficiente para enamorar a otra montaña o se deleita con la sencilla belleza de un nuevo día.

En los primeros momentos del ¿juego? estaba convencido de estar ante algo bien serio; que esta montaña estaba formada por el material del que están hechas las cosas abstractas e inmutables que importan de verdad y de que había pagado el billete para una experiencia espiritual de primer orden. El me-voy-a-La-India-a-descubrirme-a-mí-mismo de las apps a un euro. Me pareció encontrar una simetría con Journey, pero si el juego de thatgamecompany intentaba alcanzar lo trascendente a través del dinamismo, Mountain apostaba por lo estático. A fin y al cabo, el universo infinito, la naturaleza pre-humana o el constante suceder de la estaciones son cuestiones que nos (me) suelen poner receptivos hacia estos inner trips.

En todo esto pensaba hasta que contra mi montaña se estrelló un avión. Vino desde el espacio y *PUM*, un aeroplano a hélice se incrustó en la cima de mi pico nevado. Al poco cayó un yunque. Y un paraguas. Y un dado gigante. Y una manilla de plátanos. Y tres caballos con los ojos dilatados. Llegados a este punto, convertida en el vertedero del Circo Maravillas, ya me estaba resultando más complicado ponerme zen con mi montaña. ¿Es Mountain, entonces, el engolado disfraz de un mal chiste? ¿El espejo artie de Grass, Rock o Goat Simulator? Es posible que haya algo de esto en el último trabajo de David O’Reilly, artista interdisciplinar interesado en la estética del glitch y el poligonazo desnudo, pero también es cierto que podemos interpretar Mountain como algo más que como una mera provocación. Algún analista ya ha señalado que se trata de un comentario sobre la amenaza de la contaminación, sobre los límites del autoconocimiento o sobre el silencio de dios. Otros la han entendido, no sin motivo, como un retrato a la carta. “I Am a Mountain. I Am God”. Es la única presentación que tenemos antes de iniciar el viaje. Tal vez sea importante recordar que si la interactividad está reducida a cero es porque, en fin, somos una montaña. Esa roca eres tú, o un clon virtual generado a partir de concretar en dibujos de MSPaint tu idea del amor, la infancia o el miedo. Haz tres dibujos y O’Reilly moldeará tu alma en arcilla digital. ¿Es ese el significado último de Mountain? ¿Un retrato donde cada pliegue del terreno, cada árbol, cada objeto arrojado supone un nuevo nivel de profundidad psicológica en la faz del modelo? Lo cierto, es que de querer serlo, la metáfora acaba siendo tan amplia y aleatoria que termina por poder significar cualquier cosa. Y si puede significar cualquier cosa es que no significa nada. Si un yunque, un paraguas, un dado gigante, una manilla de plátanos y tres caballos con los ojos dilatados pueden decir algo sobre mí o sobre mi vida, si algún algoritmo mágico está arañando el rascaygana de mi alma, el significado se me antoja inalcanzable.

También es posible que Mountain sea tan sólo la representación de una montaña y, como si de una escultura o un cuadro animado se tratase, debamos entenderla por sus valores plásticos y de composición. Desde luego, hay algo hermoso y frágil cuando hacemos scroll down en el ratón y vemos en el centro de la pantalla la forma diamantada de nuestra montaña como una pequeña burbuja brillante, sola y vulnerable en la inmensidad del cosmos.

No sé que es Mountain.

Tras unas cincuenta horas de salvapantallas, de pronto sonó Ligeti, una estrella perdida se acercó demasiado a mi montaña hasta que la engulló por completo y la hizo desaparecer. Tres caballos con ojos dilatados incluidos. Game Over. Sigo sin saber qué es Mountain, ni siquiera tengo claro que saberlo sea importante, pero si sé que me dio mucha pena verla morir.