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Deadpool
Highmoon, 2013
PS3 (versión comentada), XBox 360, PC
Deja a un lado a Batman y Superman y todos los superhéroes que le suenan a tu madre son personajes de Marvel. Los X-Men, Spiderman, el Capitán América… desde su creación hasta el presente, con o sin el apoyo de películas, con sus tebeos publicándose de manera continuada o a trompicones en épocas de bajas ventas, se las han ingeniado para ser, si no siempre populares, por lo menos reconocibles. O al menos los personajes Marvel creados en la primera hornada: todos estos iconos se concibieron a principios de los sesenta, cuando la editorial era todavía una empresa minúscula que arriesgaba entre otras cosas porque los dos factótums de la casa (los legendarios Lee y Kirby) compartían una visión muy pesimista del futuro del medio y una sana actitud de “para lo que me queda en el convento” que les llevó a comprometerse con métodos de trabajo y caracterización que nadie con algo que perder se hubiera atrevido a intentar.
Con la única excepción de Lobezno (una creación que debe rondar ya la treintena y que al parecer también se gestó de la manera más tonta), Marvel no ha vuelto a afinar tanto al lanzar un nuevo personaje, y aunque los lectores se lo reprochamos de vez en cuando los viejos caballos de batalla han demostrado ser agradecidos cuando les toca reciclarse para nuevos públicos. Un ejemplo: ninguno de los héroes que aparecen en la película Los Vengadores fue creado después de 1965.
Masacre aún no ha llegado al nivel de reconocimiento de un Thor o un Hulk, pero están en ello. Concebido durante una de las etapas creativamente más bochornosas de la editorial por el dibujante más vilipendiado de la industria como un Spiderman armado hasta los dientes que debía morir al final del tebeo de debut, Masacre logró sobrevivir a su primera aparición, y tras un lento proceso de lija por parte de varios guionistas de talento ha acabado por calar entre el público gracias a unos tebeos de consumo rápido bien cargados de acción descabellada y humor cafre, pocas veces brillantes aunque casi siempre cumplidores. Buen forraje que jamás aparecerá reseñado en suplementos culturales pero que dejará bien satisfecho al aficionado que busque su dosis regular de supertipos en pijama. En paralelo a los cómics, y en tanto que se asentaba en el panteón de la editorial, le hemos tenido de invitado estelar en Lobezno: orígenes, desde hace una década larga se rumorea de una posible película en solitario y es habitual verle asomar a los tráilers de Marvel vs. Capcom, Ultimate Alliance o del inminente Lego Marvel. A la chita callando, como quien no quiere la cosa, se le ha ido colocando en primera fila a la espera de ese proyecto que lo termine de impulsar como nueva figura multimedia de una compañía que nunca sabe en qué rincón de su ingente catálogo se esconde su próximo Iron Man.
Este Deadpool: The Game es el siguiente escalón en esa búsqueda de notoriedad, y se nota el esfuerzo de Marvel por producir un vehículo que lo presente con nitidez ante nuevos públicos. Un beat´em up donde mecánicas, combos y casi cualquier elemento jugable es en ese sentido secundario: aquí se trata de matar, de matarlo todo y de matarlo sin estridencias. Desde la carne de cañón que te arrojan encima en el tutorial hasta el último de los final bosses, el juego consiste en siete horas holgadas de constante golpe suave/golpe fuerte/disparo/aclarar y repetir, con alguna concesión incomprensible al sigilo y su poquito (pero poquito) de RPG. Y ya está, porque tampoco hace falta más. La estrella de la función es el personaje, y el juego se viste con la habilidad del guionista, Daniel Way, para componer una retahíla interminable de chistes y despropósitos que le permitan brillar. Cuidado, porque la habilidad de su guión es una cosa sobre la que no debería caber dudas: sin argumento (un gag recurrente es la incapacidad de Masacre de entender la trama de su propio juego), sin más personajes que el protagonista (Cable y Lobezno son puros checkpoints con cara) y sin ninguna sensación real de progreso (las mejoras del personaje apenas añaden nada, los escenarios son idénticos y los enemigos, con la excusa de ser clones, pues también) el juego se sostiene en un puro ejercicio de caracterización. Que también es guión.
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Las críticas feroces que se está comiendo el juego hablan en general de lo mal escrito que está, cuando seguramente es uno de los textos más meritorios del año. No solo son guión el argumento, los diálogos ampulosos o las niñas con ojos de cordero a la deriva en medio del fin del mundo, y Deadpool, con sus chistes desquiciados, sus ramalazos surrealistas y su amor por el meme y la parodia, hace de la necesidad virtud: sostiene unas mecánicas insuficientes que una vez apuntaladas a golpe de chascarrillo nunca llegan a aburrir. Los chistes recurrentes cohesionan una no-trama que se sigue con interés y se hila con tiroteos y persecuciones que ni inventan la rueda ni la saben girar con demasiada gracia, pero que llevan de un punto a otro con una humildad cuando menos eficaz. Yo al menos he jugado con la intriga de saber por qué demonios cargaba el personaje con una bicicleta vieja, o para qué se supone que serviría el castillo hinchable que monta en la alcantarilla. Y como me han sorprendido cada vez, como me he reído a carcajadas, al final han saltado los créditos y me he quedado con ganas de más.
Deadpool es, como dije, otro paso de Marvel para posicionar una franquicia que le puede rendir en el largo plazo. Ni el último que verás este año ni mucho menos el definitivo, pero sí otra semilla sembrada, y aunque lo juzguemos como un juego justito, transmite su mensaje con voz alta y clara: hay mucha lana que cardar entre los personajes de la compañía. Quizás ya conozcas a nuestro científico con problemas de genio, al dios nórdico y al supersoldado, pero puede que no te esperases un Spiderman canceroso que hace chistes sobre glory holes.
Estoy deseando verlos a todos conviviendo revueltos en el próximo juego de Lego.