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Desde su nacimiento en el 94, la saga Need for Speed ha mutado, pervertido sus códigos, muerto, vuelto a nacer, invitado a todos a copas y suicidado a lo largo de más de una veintena de títulos. O más concretamente: Electronics Arts ha acogido bajo su protección a más de una veintena de hijos bastardos, vástagos de mil padres que encontraron hueco en el mundo como pudieron. Cada uno con su personalidad, virtudes y defectos. La velocidad pura, la conducción precisa, el tuning, la simulación del circuito cerrado, el pilla-pilla con la policía, el mundo abierto de la ciudad, lo gamberro, lo elegante… son diferentes rasgos que hemos podido apreciar a lo largo de estos años y, ¿saben qué?, ese padre ejemplar que es Criterion ha parido un hijo polifacético que conjuga todo esto.
Tampoco hay demasiado misterio detrás, en realidad; es una de esas cosas que a toro pasado y después de que uno lo haya hecho parece sencillo, lógico y presenta la duda de cómo no había sucedido antes. Criterion parte de la ciudad como escenario base e interfaz que recorrer (pero una interfaz que no sirve para todo —para eso existe la interfaz secundaria: Easydrive—, sino exclusivamente para contextualizar, para entonarnos) y lo llena de coches deportivos y no tanto, personalizables (pero no durante horas, en garaje cerrado, sino como recompensa a tus méritos), cómodos de conducir, capaces de transmitirte la ambición y la potencia que hay tras ellos con el primer rugido de motor. Amplía su mapa, además, con las inmediaciones propias de la ciudad (las sinuosas carreteras de montaña, las interminables autopistas) para configurar en todo su conjunto circuitos cerrados (con apariencia de libertad) y requerir una conducción basada tanto en el adecuado uso del derrape (precisión) como del nitro (velocidad), añadiéndole para terminar las habituales persecuciones policiales. La fórmula es sencilla: son todas las fórmulas reducidas a lo esencial.
¿Es meritorio? ¿Es moralmente adecuado? ¿Tiene Most Wanted algún valor cuando podemos descomponerlo y ver que bebe de todo lo pasado sin (casi) añadir ninguna funcionalidad revolucionaria? ¿Es este Burnout Paradise cruzado con el último Hot Pursuit (ambas creaciones de Criterion), concebido en un hospital con el papel de las paredes resquebrajado y desprendiéndose a tiras, educado en un reformatorio, alimentado a base de pizzas congeladas y chutes de heroína, heredero de una multinacional que conducirá a la ruina cada noche un poco más, muy leído en Ballard y en Burroughs pero también en Flaubert y Proust, jugador de golf los domingos y cliente de prostíbulo los miércoles, algo exquisitamente excepcional? La respuesta a todo es sí. Primero porque ya vimos cómo ingerir y regurgitar todo lo que se encuentra al paso no desemboca necesariamente en vómito, sino que puede ser finalmente digerido; y segundo porque (al contrario que en Sleeping Dogs) el objetivo de Criterion en su cuidada acumulación y tallado de elementos no es crear una absorbente historia ni construir mecánicas fascinantemente jugables, sino proporcionar sensaciones que yo nunca podré alcanzar a explicarles. Ofrecer un éxtasis continuo, una orgía de drogas. Necesidad sexual y adicción psicoactiva.
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Need For Speed Most Wanted es el ejemplo perfecto para demostrar que el músculo gráfico puede ser útil más allá del placer estético: las emociones son más intensas cuanto más fiel a la realidad es el entorno, que casi podemos reconocer, que después se distorsionará y empapará todo de adrenalina. Un túnel sirve como ejemplo, un solo túnel, apenas medio kilómetro. Conocemos el sonido del motor de nuestro coche, característico, que llevamos manejando durante unas cuantas carreras y buena parte de esta, un head-to-head que lideramos y casi hemos completado; entonces entramos a un túnel y todo cambia. Identificamos el sonido del motor, nuestro motor, pero es diferente, el eco lo transforma, nos hace ser aún más conscientes de él, sentirlo dentro, presente, molesto, como ese dolor profundo y hueco de un hueso roto, le estamos prestando más atención de la que deberíamos. Despertamos del pequeño trance aturdidos, en una confusión de brillos y chispas, de vibración y desenfoque, apenas unos segundos de desorientación, nuestro lateral rozando el muro a más de trescientos kilómetros por hora en un derrape que podríamos haber calculado mejor. Hemos perdido velocidad y, ahora somos conscientes por primera vez, nuestro rival directo nos ha adelantado. Apenas quedan trescientos metros, ya vemos la luz al final del túnel y, solo un poco más allá, la meta. Apretamos el poco nitro que tenemos buscando a la desesperada recuperar la aceleración perdida y que aquel al que sacábamos dos kilómetros de ventaja no nos gane en los últimos metros; estamos justo detrás de él, cada vez más cerca, aprovechando al máximo el rebufo que nos brinda e intentando por todos los medios que el penetrante sonido del propio motor no vuelva a desconcentrarnos, ya casi rozando el culo de su Lamborghini, ya casi en la salida del túnel, cien metros, es el momento, no habrá otra. Nos descolgamos de su trayectoria y sentimos nuestro coche más fuerte que nunca, nos sentimos nosotros mismos más capaces de todo, de salir y gritar, de atrapar ese momento de superación y guardarlo para siempre como el inicio del fin, ya casi en paralelo, solo un morro por detrás. Entonces abandonamos el túnel y sentimos los rayos del sol: primero en el capó de nuestro coche, a solo un par de palmos del suyo, después en nuestro ego in crescendo, que saborea ya ese cercano momento épico, que va llenándose de luz poco a poco y cada vez más, hasta que finalmente revienta; explotamos en un mar de inconsciencia, cegados ya por los rayos, completamente extasiados. Cruzamos la meta. Hemos quedado segundos, nuestro rival ha acabado antes que nosotros, lo cual no suele ocurrir habitualmente, pero ya estamos preparados (lo cual tampoco suele ocurrir habitualmente) para empezar de nuevo, para disfrutar el momento, esos diez segundos de puro placer, otra vez.
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Lo he contado en plural pero es propio, es algo privado entre Need For Speed y yo, es una experiencia personal que no se les presentará a ustedes en las mismas condiciones o que puede, si son así de desafortunados y (puede ocurrir) no les gusta su personalidad, no se les presente nunca. Pero es que yo estoy enamorado, y es normal. No es como si Criterion no hubiera acicalado a su hijo para que vaya siempre bien vestido, ni como si este, al salir por la puerta, no se aflojara las ropas y despeinase un poco mientras carga la pipa. También tiene sus defectos, claro: escucha Muse a escondidas, le tira mucho lo grupal, lo multi, a veces se pone muy pesado contándote lo mismo y tiene un extraño sentido de la igualdad, pero sus virtudes bien superan todo esto. A las poderosas chispas, intensos choques y rayos de sol calculados se le suman derrapes que sentimos en slow motion, vídeos preliminares que van desde lo lisérgico a lo puramente ballardiano-sexual, la ciudad como pulsión envuelta en misterio(s), el coche como poderosa herramienta. En Need For Speed Most Wanted casi podemos sentir el aire que cortamos a nuestro paso.
La verdad es que tiene muy buena pinta y creo que va a ser uno de mis favoritos.
Últimamente me da la sensación que me da igual del juego que hablen, que ya entro aquí simplemente por leerles. Después de leer estos días tantas reviews sobre este nuevo NfS, no he podido evitar volverme a poner el Burnout Paradise (ya que en su día le dediqué poco tiempo) y no paro de pensar que cómo es posible mejorar eso. Pues parece que lo han hecho… otra vez.
Con ese objetivo escribimos, Andrés, para que independientemente del juego del que hablemos ustedes saquen algo provehoso. Cuando eso pasa ya somos felices.
Respecto a Burnout Paradise, me es imposible comparar ambos juegos, pero creo que es más sencillo disfrutar con Burnout que con este NFS, con el que tienes que conectar algo más.