Max: The Curse Of Brotherhood
2014
XONE (versión comentada), Xbox 360, PC
Press Play
Se dice con demasiada diligencia que el género de los plataformas de puzle y saltito está sobreexplotado, que son económicos de desarrollar en relativamente poco tiempo –de ahí la ridícula proliferación de clones–, en dos, dos y media, y tres menos cuarto dimensiones. Ese constante andar a derechas axonométricamente está recibiendo empujones del pasado (Oddworld: Abe’s Oddysey New N’ Tasty!, DuckTales: Remastered) o del futuro (The Swapper, Fez) y, entre eso y los metroidvanias de nuevo cuño, tenemos un pródigo barbecho que nos expone una obviedad bastante ignorada: tal vez sean muy fáciles de programar pero muy pocos se elevan sobre la media, perdurando en el tiempo.
Max no es ni remotamente uno de esos. De hecho, es un divertimento breve y machacón, al que se le ve la tramoya y que reduce su narración de cuento infantil hasta la sinopsis de dos líneas: has invocado un arcano hechizo vía Internet para quitarte de en medio al plasta de tu hermano y ahora debes rescatarlo de un mundo de fantasía fundamentalmente feroz. Pero, de entre toda mi biblioteca de side-scroll platformers, Max se rev(b)ela por una necesidad urgente: resulta entretenido, consigue divertir durante todos sus niveles con esa elegante diversificación y reformulación de unos planteamientos mecánicos básicos, dedicados casi en exclusiva al motor de físicas del juego.
Quizá por su nula ambición, cardinalmente centrado al mimo de los escenarios por obra y gracia del engine Unity, el juego se antoja lo suficiente ligero para no abandonarlo a mitad del camino. Frente a propuestas donde lo preciosista y lo ambiental se anteponen a la practicidad jugable, Max cumple con su retruécano y es lo bastante agradecido poniendo las cosas siempre un poco más difíciles. No impone la trampa coleccionista para dilatarse (salvo los dieciocho fragmentos de un medallón mágico que no sirve para absolutamente nada y una suerte de cámaras-ojo en circuito cerrado con las que vamos paulatinamente cegando la moderna bola de cristal donde los malos acostumbran a espiarnos), ni se esmera en ovillar una parábola de amor entre dos hermanos enfrentados. Y pese a su mascarada Dreamworks-style, remarcada únicamente en la intro del juego, el conjunto no huele a colonia de imitación, más allá del guiño de rigor a Portal.
Press Play dibuja con su rotulador catalizador un confuso ejercicio de ensayo-error que en ningún momento penaliza la muerte, y lo hace encantador. Y lo hace por segunda vez –junto con Tentacles, el estudio danés ha desarrollado dos sagas y ésta es la segunda vez que Max toma las riendas de un Bic Cristal que escribe genial–. Como las peleas que mantenía con mi hermano, empezando igual de idiotas que acabando y con el único argumento reconciliador de «porque es mi hermano», Max: The Curse Of Brotherhood es un juego amable y bobo, de poca coordinación pero pulso firme al que únicamente le falta una vuelta más, un hervor, menos penalizable que pasarse de rosca con fastuosas imaginerías y vacío contenido.
Pues a mí me parece idéntico a un juego de PS1, Heart of Darkness