Un verano en «Mountain» (II) – Sin control

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Mountain
2014
Mac (versión comentada), PC , iOS
David O’Rilley

Tengo una montaña que flota en medio del espacio. Mi montaña gira sobre sí misma y se resigna al paso del tiempo. Por las noches se pone meditabunda y se pregunta qué es, cómo ha llegado el invierno a ser tan vigorizante o qué significa para ella la oscuridad. Un banco, un avión y un martillo acaban de estrellarse contra una de sus laderas, pero mi montaña sigue contenta. Si toco algo de música con las dos filas de notas en el teclado, disfruta tanto que se le acelera el corazón y el tiempo pasa más rápido. Cuando el aire se acerca a mi montaña se ve obligado a viajar hacia arriba, y esas nubes a veces la recubren, generando precipitaciones y tormentas de nieve. Ahora mismo es otoño, y algunos árboles se tornan marrones mientras las coníferas mantienen su adorable color verde. Llevamos aquí solas más de diez horas.

Mountain es muchas cosas y a la vez muy pocas. Mientras ella está ahí, yo contesto unos correos y escribo este texto. Ella tiene su vida y yo la mía, pero cuando confluyen, ambas se alteran. Me confunde y frustra la ausencia de controles porque me han enseñado que, en los juegos, uno es dueño y señor del universo planteado. Mi posición de poder habitual se ha visto truncada, y el universo que yo he generado continúa existiendo sin mis órdenes. Solo puedo mirar a mi montaña y observar cómo un puñado de objetos aleatorios chocan contra ella sin que pueda hacer nada. Es entonces cuando Mountain se convierte en una incómoda carrera de fondo: ¿cuánto tiempo estás dispuesto a esperar hasta morir de aburrimiento?

No hay acciones, pero un magnetismo misterioso une la poética visual de Mountain con sus teorías ecológicas y existencialistas. O, a lo mejor, nuestro deseo de encontrar profundidad en cualquier pieza artística es tan grande que fuerza esa visión. Ha sido mi montaña, única e intransferible, y la he querido con ese amor inerte con el que quiero a mis sábanas de Pokémon. Lo afronto de una vez: mi montaña no tiene nada de especial. Es un salvapantallas interactivo, precioso y muy sofisticado que me ha robado muchas horas de vida. Lo mejor: esas notas de piano sobre un paisaje cambiante que harán las delicias de cualquier compositor, y una experimentación que no cesa.