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Fez
Polytron Corporation
Xbox Live Arcade (versión comentada), Steam
Uno de los mayores méritos que se pueden atribuir a la no tan nueva generación actual es que ha aprendido a utilizar la tecnología para hacer posible lo imposible, para dar cabida a la imaginación de sus creadores más allá de manchas de sudor en el sobaco o tetas con físicas de rebote independientes. Gracias a ella he perseguido katana en mano a un hillbilly armado con un rifle por un centro comercial infestado de zombis; he saltado desde una aeronave sobre un tanque con forma de escarabajo para quedarme solo en medio de la nieve con su cadáver humeante; he deformado las leyes de la física con una pistola en un laberinto para ratas humanas. Y ahora, gracias a esta misma tecnología, me veo sacando una foto a la pantalla de mi televisor con la esperanza de que pase algo. Y, para mi asombro, pasa.
Entre muchas de las ideas que formula Grant Morrison en su polémico Supergods: What Masked Vigilantes, Miraculous Mutants, and a Sun God from Smallville Can Teach Us About Being Human, se encuentra una reformulación de la teoría de cuerdas adaptada a la cultura pop según la cual la ficción y la realidad son percepciones distintas de un todo, en el que la ficción superheroica vive proyectada en un espacio 2D y contenida en objetos tridimensionales que nos sirven de ventanas a su mundo. Y no se detiene ahí: esta ventana sirve de vía de retorno de ese mundo hacia una dimensión adicional, la de nuestra mente colectiva, a la que nutre y que conforma la cultura popular. Según esta teoría, bastaría mirar un poco hacia un lado para romper esa vista invisible desde nuestra perpendicularidad y descubrir esa nueva dimensión, como le ocurre en Fez a Gómez, nuestro simpático protagonista con sombrero. Y también como pasa aquí, a través de esa perspectiva nueva se descubre una conexión inesperada, escondida en alguna parte de las caras de un cubo, y que conecta directamente con nosotros como consumidores de la cultura pop.
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John Tones ya lo ha dicho de forma inmejorable en su excelente crítica en GamesTM —vayan a comprar el número 2 ahora mismo— así que les remito allí para que descubran los paralelismos de Fez con Braid y sus sutiles diferencias. Sí les diré que si el título de Jonathan Blow daba al traste con nuestras ideas sobre plataformas, fontaneros y princesas, el de Phil Fish hace lo propio con la aventura. Cada escenario, cada habitación es una pista en sí misma, y en un juego sin amenazas, donde la muerte nos devuelve a la última plataforma desde la que saltamos, ningún atrevimiento tiene castigo; eso permite explorar el mundo de Fez sin miedo, con nuestra imaginación como único límite para resolver este gigantesco puzle de cuatro y mil caras. Una estructura de piedra con forma de tetromino, un búho que sigue los movimientos de la perspectiva, una campana que suena diferente cuando la golpeas en cada cara. La mecánica de giro que el sombrerito le proporciona a Gómez parece poca cosa sobre el papel, pero en la práctica se torna infinita y llena de posibilidades, igual que una pistola de portales sirve para mucho más que para reducir la distancia entre el punto A y el B. Si aún no están convencidos de ello, entenderán la gravedad de su error cuando le pongan la mano encima.
Y es que el sombrero de Gómez no es solo un artefacto mágico que permita ver caras de un cubo escondidas detrás de una proyección bidimensional: es una pista de que el secreto del juego está en la cabeza, pero en la del que juega al otro lado de la pantalla. Fez, como juego, como producto, es completamente consciente de que está siendo jugado, y actúa en consecuencia explorando los límites de qué se puede hacer y qué no. Ya no basta con tomar notas y dibujar mapas en un mundo donde existen listas de logros —y Fez lo usa para hablarnos, igual que lo hace en su banda sonora— y donde llevamos superordenadores en el bolsillo del pantalón. Si por un momento piensan que lo que el juego les pide es una locura, dejen de pensar y háganlo.
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Fez es todo esto y mucho más. Es un mundo donde las reglas son más complejas de lo que quiere mostrar, pero nunca decepcionan al que se introduce en ellas. Si las teorías de Morrison fueran ciertas y la ficción tirara de nosotros como especie para hacernos mejores, quizá Fez pueda enseñarnos en un futuro a encontrar un secreto detrás de cada esquina, un significado oculto en cada espacio insoportable y anodino. O quizá ese futuro ya ha llegado y va siendo hora de aplicar lo aprendido y darle un vuelco inesperado a este mundo cuadriculado.